Un día del año 1988 mi amigo y yo, nos fuimos a Oliveto Citra para vivir nuestro momento de oración. Aquí participamos a la santa misa presidida por un sacerdote misionero cuya homilía me gustó mucho; decidí que yo tenía que conocerlo, así que, al término de la misa, me presenté y como si fuese todo predeterminado, la misma noche nos encontramos a su casa y condividimos nuestra expériencias.

Después de un tiempo el vino a mi casa para celebrar una misa, creando un légamen de amistad y haciendo crecer en mi el deseo de entender cosa Dios querí para mi. Un día, regresando de Oliveto Citra, participé a una de sus tantas misas y había un pasaje del Evangelio que decía : “ Dejad que los muertos entierren sus muertos” que me impactó mucho, aunque no era muy clara, así que al término de la misa pregunté al sacerdote de explicarmelo y fue para mi la respuesta a mi solicitud y decidíde quedarme con él, preguntandole solamente la posibilidad de avisar mi familia que yo no regresaría más a mi casa; para mis padres no fue muy fácil acceptar mi decisión. En esta  casa yo vivía juntos a otros chicos y nuestra jornada se desarrollaba en oración y en servicios para la parroquía .El cura que me albergaba, quería que yo hiciera un discernimiento de mi vida espiritual, siguiendo las reglas de la comunidad, y viviendo mi expériencia con la Virgen en silencio, pero condividiendo con los otros el momento de la última oración del día. Después de algunos meses, este misionero non comunicóque teníamos que mudarnos en la comunidad “Hermanos de la palabra” a Acilia -Roma-  por qué tenía que reunirse con Madre Teresa. Yo no sabía a quién se refería, no escuché nada sobre ella, entonces el sacerdote asombrado por mi no conoscimiento , me contó la historia de esta monja y de sus obras. Antes de partir para Roma, hablé con mi familia que reaccionó con mucha maravilla sobre esta noticia; entendí la importancia que esta mujer poseía. Llegó el día de la salida , yo era curioso de conocer esta famosa figura.

Era el día 10 Octubre 1988, para mi fue un impacto muy fuerte, lleno de humildad y simplicidad, mirando en esta mujer muy pequeña de tamaño una gran fuerza interior y un gran amor. Nos bendeció uno por uno, rezamos juntos y nos  donó una medalla milagrosa. Después de este encuentro, empezó para mi una nueva vía en esta comunidad romana. Nuestras jornadas se desarrollaban en la oració y en el respecto de las reglas comunitarias. Un día, nuestro sacerdote misionero decidió, juntos a la monja Elvira de recibir en nuestra casa,los chicos del “Cenacolo”,chicos que tuvieron experiencias con la droga. Nuestro responsablenos pidió de ponernos al servicio de estos chicos, respectando las reglas de la monja Elvira.

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